¿Hay alguien del barrio que sea una persona refugiada? ¿Has visto hoy en el mercado alguna persona refugiada? ¿Cuántas veces has hablado con una persona refugiada? ¿Y en el bus, en el metro o por la calle, has visto alguna persona refugiada? Casi seguro que no puedes responder a estas preguntas.
Las personas refugiadas de nuestro edificio, de nuestro barrio, de nuestra ciudad no tienen nada visible que los identifique como tales. Son personas con las que nos cruzamos, a quien saludamos o simplemente miramos, con quien convivimos o de quien notamos la presencia sin saber que huyeron del lugar donde nacieron o donde vivían, porque temían por su seguridad, su integridad y, hasta por su vida.
Quizá por sus características podemos pensar que son turistas o que han migrado a ese país o, simplemente, que están aquí, en esta ciudad cada vez más diversa. En cualquier caso, difícilmente pensamos en cómo han encontrado aquí un lugar para vivir ni en los trámites tan complicados que han tenido y tienen que superar para poderse quedar.
Para que una persona refugiada pueda estar en nuestra ciudad, en muchos casos se tiene que enfrentar no sólo a grandes y peligrosas travesías sino también a largos y complejos procesos burocráticos y a muchos retos y dificultades, como el idioma, las costumbres, la falta de amistades, la ausencia de la familia, etcétera.
Es una realidad de la cual, si no interactuamos, difícilmente sabremos nada y, probablemente, nunca sepamos que quien hoy se sentaba a nuestro lado, la persona que ha pagado el supermercado antes que nosotros, la persona con la que hemos atravesado la calle o aquella que hacía deporte en la playa son refugiados. Sí, están aquí y tienen derechos y obligaciones y forman parte de nuestra ciudad, de nuestro día a día. Y nosotros formamos parte de su ciudad, de su día a día.
Compartimos ciudad, compartimos muchos de los derechos y absolutamente todos los deberes; compartimos, con las personas refugiadas, más de lo que a menudo nos damos cuenta.
Hoy, las personas migrantes, desplazadas y refugiadas son parte de la normalidad de nuestras ciudades, de nuestros barrios.
Únicamente durante el año 2018, llegaron a Barcelona más de 7.000 personas refugiadas. Conozcámonos, conozcámoslas y compartamos la lucha por sus derechos, que también son nuestros; por sus necesidades, que también son nuestras; por sus sueños, que también son nuestros, y por sus ganas de una ciudad mejor, una ciudad que también es la suya.
¡Hola! ¡Bienvenidas! Hola, ¡qué placer volver a veros!